En cuanto abres la puerta del portal y subes al ascensor, ellos ya saben que estás a punto de llegar, y comienza el revuelo. Una oleada de saltos, lametones y aullidos de alegría te reciben nada más entrar en casa.
No importa que hayas salido a por el pan o a bajar la basura, porque para ellos, ver tu cara siempre es sinónimo de felicidad y entusiasmo.
Yo en concreto, no tenía ni idea de lo que suponía convivir con un perro. Había tenido hámsters y cobayas, pero nunca un can, y si te soy sincera, mi vida ya no es la misma. Puede que el hecho de vivir sola influya, no te digo que no, pero verle la carita cada mañana al despertar, y sobre todo, esa pureza en sus sentimientos, me derriten el corazón.
Pero además de ser un chute de energía y de positivismo (lo que resulta ideal en personas que padecen ansiedad o depresión), tener una mascota te obliga a dejar de lado tu ego y tus problemas (la mayoría de las veces, simples tonterías), y a responsabilizarte del bienestar de otro ser vivo.
Y créeme si te digo (aunque si tienes mascota ya lo sabrás), que esa obligación pasa a convertirse en algo sumamente placentero.
Salir a pasear se transforma en una actividad que os une por completo. Ellos disfrutan de lo lindo explorando y relacionándose con otros animales, y tú desconectas y dejas a un lado el estrés del día a día. ¿Hay algo más saludable?
Cuidarle, mimarle tanto como él a ti (o más), estar pendiente de que no le falte de nada... Al final es algo instintivo que nos sale solo.
Y tras esta pequeña reflexión, te presento a Sito, el chihuahua que cambió mi vida de principio a fin. Un perro cariñoso, juguetón, alegre, divertido, comilón... Es hablar de él y empezar a caerme la lagrimilla de lo mucho que lo quiero. De hecho, estoy escribiendo este tema mientras intento esquivar sus lametones, ¿será eso el amor de madre perruna? 😂
"Tener una mascota te obliga a dejar de lado tu ego y tus problemas".