Quién se iba a imaginar que todo un país podría perder la cabeza por el tapón de una botella. Pero, si lo piensas, no es algo tan raro: en tiempos cada vez más inestables, con todas las certezas desvaneciéndose en el aire, los pocos asideros de normalidad —de nueva normalidad, ¿te acuerdas de ese concepto?— que nos quedan están en las cosas del día a día que, por insignificantes, damos por seguras. Hasta que un día, un pequeño cambio lo trastoca todo.

Los gestos automáticos de la rutina se convierten en nuevos quebraderos de cabeza y lo que teníamos por descontado se pasa al cajoncito de las pequeñas batallas diarias. Una operación como esa debió darse en las cabezas de miles de españoles al descubrir, de un día para otro, que los tapones de las botellas de su marca de leche de confianza eran distintos. Más complejos, más difíciles de usar y extrañamente marcianos. Y poco a poco, ese error se ha ido extendiendo, y el número de botellas y bricks que aparecen con este glitch es cada vez mayor. Hoy resolvemos el enigma: ¿qué está pasando en España con los tapones?

El asunto es que no está ocurriendo solo en España. El drama de los tapones irreconocibles recorre toda Europa, pero a nosotros —los habitantes de ese pequeño y disgregado reducto galo de los que todavía no nos hemos dado de morros con ninguno de esos tapones en nuestra nevera— nos llega por las voces airadas que claman contra esta reforma en esa plaza nacional que es Twitter.

Muy grave tiene que ser un asunto para que empujar al casi siempre diplomático James Rhodes a piar en la red social en términos de una "chapuza vergonzosa". Así hablaba en octubre de 2022 el pianista de origen británico del cambiazo que le dieron a él y a muchos otros consumidores de Centra Lechera Asturiana con los tapones de sus botellas.

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Rhodes ilustraba así un ingrediente fundamental del problema. No uno exclusivamente suyo, sino de todos: tuyo, mío, de cualquiera. Pensamos que las cosas, por haber sido como son durante un cierto tiempo, no pueden cambiar. Que verdades escritas en piedra como la forma que deben tener los tapones de plástico vino dada por la evolución o por capricho divino y que así son. Pero resulta que estábamos equivocados: los tapones de bricks y botellas como los conocíamos hasta ahora eran un problema y, por tanto, debían cambiar. Otra cosa es que ese cambio, a contrapelo de una costumbre tan arraigada en nuestra cultura como la de enroscar y desenroscar un tapón, vaya a suceder; pero en Europa se han propuesto que así sea.

La Comisión Europea estima que solo una decena de productos de consumo representan un 70% —más de un tercio— de toda la basura marina del planeta. Entre esos diez productos problemáticos están los tapones de plástico de los envases. Por ello, en 2018, Bruselas anunció que tomaría cartas en el asunto con una serie de medidas destinada a controlar los plásticos de un solo uso y, en concreto, transformar para siempre la forma en que abrimos y cerramos los bricks y botellas en Europa; medidas que, al principio, parecían lejanas, difíciles de aplicar y poco plausibles frente a las voluntades de gigantes de la alimentación como las marcas de refrescos o las empresas lecheras. Pero Europa dio un deadline inamovible: 2024. Y cada vez estamos más cerca de que se cumpla el plazo.

Por eso, va siendo más y más habitual encontrarse en las tiendas envases de líquidos con tapones que nos resultan ajenos, nos parecen aparatosos y, a veces, ni siquiera sabemos abrir. Pero esos tapones tienen una función: permanecer unidos al envase durante todo su ciclo de vida. Así, es mucho más fácil asegurar que ambas partes acaben recicladas y el tapón, al separarse de la botella, no se pierda en el proceso y acabe ensuciando el mar.

Ese mismo octubre de 2022, Coca-Cola implementó los nuevos tapones adheridos en las botellas del refresco por excelencia, así como en los envases de Fanta, Sprite y Nordic Mist, en algunos territorios de España, como Andalucía, Extremadura, Cataluña, Baleares, Castilla-La Mancha y Aragón. Con el inicio de su operación, la marca puso en marcha también una campaña para trabajar en lo más difícil de todo este cambio: convencer a la gente.

Seguro que has visto desde entonces por ahí algunas botellas en las que, sobre el tapón, puede leerse el siguiente mensaje: "Estoy unido para reciclarme mejor". La impresión del letrero fue la jugada clave de un gigante como Coca-Cola, obligado a concienciar a millones de personas de que el funcionamiento de su producto estrella ha variado para bien. Porque variar, ha variado: la experiencia de tomar una Coca-Cola será definitivamente distinta a partir de ahora. Por ejemplo, ya no se podrán pasar botellas de Coca-Cola a los partidos de fútbol, porque el tapón —la parte del envase que no se puede introducir en los estadios— irá adherido a la botella. Hecha la ley, hecha la trampa, claro, pero ese ya es otro tema.

En cualquier caso, y estén hechos de lo que estén hechos —en el caso de la marca de refrescos, resina de polietileno de alta densidad (HDPE), un material distinto al de la botella—, todos los tapones deberán ir unidos a las botellas a partir del año que viene. En julio de 2024, la normativa europea sobre plásticos de un solo uso entrará en vigor y lo que ahora es una carrera entre fabricantes por encontrar el diseño más funcional y menos chocante para el consumidor se convertirá en una obligación.

Vía: Esquire ES
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Antonio Rivera

Antonio es experto en medios de comunicación y cultura popular. Lleva más de 5 años escribiendo sobre productos audiovisuales de todo tipo, aunque la mayoría de sus reportajes, entrevistas, recomendaciones, análisis y críticas se han centrado, sobre todo, en los mundos del cine y las series. Sin embargo, tampoco hace ascos a los cómics, la música o los videojuegos. Además, se deja caer bastante a menudo por la sección de Ciencia de Esquire para hablar sobre exoplanetas, protoestrellas, asteroides o misiones espaciales. 

Desde muy joven, ha compaginado el trabajo periodístico, investigador y docente para observar y entender más de cerca todo aquello que tenga que ver con ese black mirror del que hablaba Charlie Brooker. Si una expresión cultural toma forma alrededor de una pantalla —desde las series y películas de Marvel, Netflix y otros epítomes de lo comercial hasta plataformas marginales, disidencias creativas o subculturas underground—, allí estará él para documentarla y, por qué no, ganar alguna que otra dioptría por el camino. 

Nunca se le ocurrió que una adolescencia tan otaku como la suya pudiera monetizarse, pero en esas está ahora mismo: años y años de leer manga, escuchar J-rock, acudir a salones, practicar karate y consumir anime por vías poco ortodoxas han acabado convirtiéndolo en un especialista de la cultura japonesa, con la que mantiene una relación de amor-odio. Tanto si quieres descubrir la última maravilla de la animación nipona independiente como si necesitas saber qué episodios de Naruto puedes saltarte con alegría para esquivar el relleno, él es tu hombre. 

Antonio Rivera es graduado en Periodismo y en Comunicación Audiovisual por la Universidad Carlos III de Madrid y Máster en Investigación Aplicada a Medios de Comunicación por la misma institución. Comenzó su andadura en un periódico regional y, desde entonces, ha pasado por cabeceras especializadas y generalistas, moderado mesas redondas en festivales y participado en algún que otro libro. Actualmente, además de a diario en Esquire, se le puede encontrar en la sección de Televisión de El Confidencial, en Twitter o en algún congreso científico.