Una casa vecina del mar

Una pequeña reforma hizo de esta casa de pueblo el enclave soñado de vacaciones: un lugar de descanso donde disfrutar de la mágica luz del Sur y del azul inmenso de la costa.

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Situada en el centro de un pueblo gaditano, esta casa antigua con dos plantas y rebosante de luz contaba con un plus añadido: su inmensa azotea con unas vistas espléndidas. Sin alterar la distribución, divertida pero caótica, se encargó su rehabilitación al arquitecto Javier García-Quijada y al constructor Paco Guerrero, cuyo objetivo era mejorar el interior respetando su personalidad original.

En la planta baja se agruparon en un mismo espacio los ambientes de uso común: la cocina, el comedor y la zona de estar. Con ello se ganó amplitud y luminosidad, gracias a la sustitución de puertas por vanos y al cambio de ubicación de la escalera que conduce a los pisos superiores, que ha pasado de estar junto a la entrada de la casa a la zona posterior de ésta. Para unificar el conjunto, la dueña restauró el pavimento con unas baldosas de suelo hidráulico.

El salón ganó también unos metros extra ya que se integró el antiguo trastero de la casa. A continuación se encuentra  la cocina, con una mesa de office pegada a la pared, que puede moverse al centro si el número de comensales lo requiere. Unas baldas en las paredes y unos vasares de obra ocultos tras unas cortinas compensan la evidente ausencia de armarios.

En las plantas superiores se hallan el dormitorio principal y un cuarto de invitados que se ubicó en la azotea. Ambos cuentan con baño completo alicatado con los tradicionales azulejos blancos de 10 x 10 cm. El mobiliario de la casa, heredado en su totalidad, se ha reciclado y ahora adquiere nuevas utilidades. Las únicas novedades son las lámparas, las fotos XL y algunas telas. Para el suelo se eligió una baldosa en damero en la planta baja que se alterna con una lisa, en los pisos de superiores.

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Azotea con vistas

La amplia terraza de la azotea se transformó en zona de relax y solárium, con hamacas dispuestas
en fila. En los laterales se situaron unas macetas con tomateras y el techo se cubrió con un toldo para protegerse de las altas temperaturas. Además, en esta zona también se proyectó un cuarto de invitados que incluye un baño completo.

Zona de estar con luz extra

Dispuestos estratégicamente, los espejos amplían la zona de estar y la dotan de mayor claridad.

Rincón de lectura

Con la reforma, el salón ganó en metros al integrarle el viejo trastero de la casa. En el nuevo espacio se dispuso un acogedor rincón de lectura formado por un sofá con reposapiés y dos sillones. A un lado de la ventana se respetó la antigua estufa de leña, con el tubo a la vista, y al otro se colocaron un velador y una lámpara de pie. Una composición de cuadros decora la pared.

Un salón bien aprovechado

Al otro lado del sofá del salón se dispuso una mesa rinconera a modo de escritorio que, acompañada de una silla de enea, sirve también para tomar el té. La hornacina de la pared se aprovechó para colocar unas baldas de madera y así crear sistemas de almacenaje extra, que permiten tener a mano el juego de café.

De velador a mesita auxiliar

Se recicló un antiguo velador de hierro pintado en una mesita donde exponer piezas delicadas de cristal y loza, iluminadas con velas de Zara Home. La nota actual la pone la composición de cuadros y fotos de la pared y la lámpara de pie TTM, del diseñador Miguel Milá, adquirida en Sirvent.

Un rincón para el relax

Junto al sofá se colocó una chaise longue antigua. Al fondo, la nueva ubicación de la escalera que comunica con los dormitorios.

Espejos, de Becara. Velador,  de Antonio Cabrero. Chaise longue restaurada y retapizada con terciopelo, de Gancedo.

Espacios en línea recta

La planta inferior alargada se compone de espacios abiertos donde las puertas dan paso
a vanos, lo que permite que la luz circule con total libertad.

La cocina, distribuida en dos frentes paralelos, cuenta con zona de trabajo y comedor.

Muebles de obra en la cocina

La encimera de mármol de Macael alberga el fregadero y la vitrocerámica, de Electrodomésticos Rueda. Fiel a la estética tradicional, la falta de armarios se ha suplido con baldas donde depositar la vajilla y con estantes de obra ocultos mediante cortinillas, que se utilizan para almacenar el menaje y como despensa.

Espacio de almacenaje

Una amplia alacena antigua, que va de pared a pared, se integró en el salón. El menaje permanece oculto tras las puertas de los armarios inferiores o tras las cortinas de los superiores. Sobre ellos se colocó una colección de cestos de paja. Enfrente, un mueble de botica antiguo, reciclado y pintado en un tono mantequilla, sirve para albergar la vajilla y la cubertería.

Unas bandejas actualizadas

Con solo darles una mano de pintura roja se cambió el aspecto de un par de bandejas destartaladas. Luego, se adornaron con leyendas que reflejan los deseos más íntimos de sus propietarios. Cuando no se utilizan, reposan de pie, así de bonitas y alegres, sobre la encimera de la cocina.

Un comedor con aires rústicos

En las típicas casas de pueblo, la vida se hacía en torno a la cocina. Era en este espacio donde se reunía toda la familia para comer o conversar. Prueba de ello es que la entrada principal se ubicaba precisamente aquí. Esa idiosincrasia se ha conservado en esta vivienda, a pesar de la reforma.

Mesa y sillas, de Habitat. Bajo la balda de la pared, apliques Ptolomeo, de Artemide, de venta en Vinçon.

A mesa puesta

Mesa de madera maciza: para comer, trabajar o pasar agradables veladas en torno a ella, la mesa de comedor comparte espacio con la cocina. El servicio de mesa, formado por platos de porcelana inglesa y copas portuguesas de cristal ahumado, destaca aún más sobre la madera sin vestir. Un par de apliques aportan la iluminación puntual.

Muebles recuperados y restaurados

De botiquín a almacén de vajilla: se recicló un antiguo mueble de madera que, en su día, albergó medicinas, en un práctico contenedor donde guardar la vajilla de diario. Para ello, se pintó en un color mantequilla y se le dio un aspecto envejecido. A su lado se colocó un perchero donde colgar cestos y capazos.

Un mueble para la vajilla

Un mueble de botica antiguo, reciclado y pintado en un tono mantequilla, sirve para albergar la vajilla y la cubertería.

El cuarto de invitados

Con dos camas en forma de L: se quitó metros a la terraza para dárselos al cuarto de invitados y así acoger a los buenos amigos cuando vienen de visita. Se pusieron dos camas idénticas de 90 cm separadas por una mesilla de noche. Enfrente, una amplia cómoda con cajones en blanco. Un vano da paso al cuarto de baño integrado. Las hornacinas y retranqueos se utilizaron para colocar un perchero y unos estantes ocultos tras cortinas.

Un dormitorio romántico

Una práctica mosquitera, de Ikea, los visillos de batista con flores estampadas, el edredón rosa, de Zara Home y las acuarelas de Joaquín Díaz de Rábago aportan una nota romántica al dormitorio. Como mesilla de noche se eligió una mesa tocinera restaurada sobre la que descansa un flexo, de Artemide. Sobre ella, una fotografía de Pablo Zamora.

Un cabecero antiguo

La cama de la habitación principal se enmarcó con un cabecero adquirido en El Rastro de Madrid.

Una cómoda llena de encanto

Unos coloridos pisapapeles de cristal, platos de porcelana de Limoges, velas de formas diferentes, un candelero, una lamparita, fotos antiguas... crean sugerentes composiciones sobre la cómoda blanca del dormitorio principal. En la pared se fijaron unas sencillas perchas para colgar pendientes y collares de bisutería.

Baño integrado en el dormitorio

Un lavabo exento descansa sobre la encimera de mármol de Macael, a juego con la repisa utilizada como expositor de cuadros y espejos. Debajo, el mueble de obra queda oculto tras una cortinilla floreada.

Aplique del baño, similar al de los barcos, de Leroy Merlin.

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