Sencillez extrema es el mejor calificativo con el que se puede definir esta casa de vacaciones, ubicada en la Costa Brava, y que no hace mucho era una fábrica de helados expedidos a pie de playa.
Hoy la barraca reconstruida conserva aún parte de su esencia fundamental: la fachada principal que da al mar, la cubierta de teja, los techos interiores de viga de madera y las cristaleras de estrecha perfilería, pintadas en tonos de azul lavanda, que le dan ese aire provenzal, tan marinero y tan mediterráneo.
Ese espíritu tradicional, minimalista y rústico, también se deja entrever en el interior de la vivienda, gracias a la distribución abierta de toda la casa, a la ausencia de puertas en pro de vanos y muretes de obra, las paredes pintadas en blanco roto y el suelo de cemento pulido con baldosas incrustadas de toba catalana. La decoración viene dada por piezas sencillas, procedentes de los múltiples viajes de sus propietarios por el Norte de África o Indonesia, o bien por el mobiliario encontrado en almonedas catalanas o brocantes del sur de Francia, al que se le ha querido dar una segunda oportunidad.
El resultado es este refugio de vacaciones en el que compartir comidas al aire libre y de agradables tertulias alrededor de la mesa. Toda una experiencia slow time.
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El salón diáfano se ha dividido en varios ambientes. La zona central se acotó para la tertulia; diseñada en forma de U, se equipó con muebles de obra sobre los que descansan colchonetas en tonos arena y almohadones a juego, similares en Zara Home.
La mesa, al igual que las sillas, las adquirieron los dueños en Bali.
Una decoración de lo más natural
En la zona de estar, junto al color blanco que predomina en alfombras, almohadones, cojines, lámparas e incluso en el ventilador del techo, se eligieron muebles de madera y detalles de fibra como contrapunto al monocromatismo. Son tonos naturales que incitan a la relajación total.
El salón se abre a la terraza a través de unas puertas acristaladas, que ocupan todo un frente, y que permiten refrescar el ambiente en el interior; la intensa luz mediterránea se tamiza mediante unos visillos livianos. Las dos sillas y la hamaca, con asientos y respaldos de rejilla, proceden de Indonesia. Al fondo, una zona de estar informal.
Cesto de mimbre, de Zara Home. Jarrones de cristal, de Habitat.
El comedor se instaló en el exterior, próximo al acceso de la cocina. Durante el día, los árboles se encargan de dar sombra a los comensales mientras que por las noches, proporcionan frescor.
La amplia mesa de hierro, rodeada de sillas de teca, se adquirió como éstas en almonedas del Ampurdán y en La Bóbila.
Junto al comedor exterior, dos bancos de obra equipados con cojines invitan a la tertulia y a la siesta. Ambos parten de la pequeña escalera de peldaños triangulares que conduce a la entrada principal.
Menaje y macetas, similares en Jardiland.
Se conservó la construcción original en una sola planta y las perfilerías de hierro estrechas, que garantizan la luminosidad. La elevación del terreno se salvó gracias a unas traviesas de ferrocarril a cuyos lados se dispusieron plantas aromáticas, silvestres y margaritas blancas.
La calidez que lleva implita la madera fue uno de los motivos para conservar los techos. Como estaban un tanto deteriorados, se restauraron con vigas de derribo. Igualmente se optpor mantener las cristaleras, que se actualizaron al pintar sus perfiles con un ligero tono lavanda. Con todo ello se creun ambiente con aire provenzal.
Un vano abierto comunica el salón con la cocina, situada a un nivel inferior. El office se ilumina con una lámpara esmaltada que se encontró en una almoneda. Las sillas y la mesa de pueblo se pintaron de azul dotándole de un aire marinero, totalmente mediterráneo. El techo de vigas se pintó en blanco, para darle luminosidad.
Un murete de obra separa la zona de trabajo de la cocina, en la que destaca la repisa con porcelana blanca y el frente de ladrillo pintado.
Fuente y cuencos de bambú, de Habitat. Cestos de fibra, de Ikea. Hervidor de agua, de Richard Sapper para la firma Alessi.
Dormitorio: dar en el blanco
En línea con las paredes y el techo, la cama se vistió con ropa blanca y una manta con ribete azul lavanda. Entre dos ventanas fijas se colocó una butaca catalana, de principios de siglo XX, con respaldo y asiento de enea.
Ropa de cama blanca procedente de Textura. Manta de punto, de Zara Home.
Un murete con doble función
Un tabique que no llega al techo hace las veces de cabecero de la cama. Al mismo tiempo separa el dormitorio del cuarto de baño, en concreto del frente de lavabos, situado justo detrás. Al no llegar a las vigas, permite el paso de la luz.
Mesilla o taburete de granja recuperado y lámpara Tolomeo, de Artemide.
Baño con vistas al jardín
Al otro lado de la cama, el cuarto de baño se distribuyó en dos zonas separadas por un murete en el que se apoyan la bañera, en forma de media luna, y el lavabo. Otro taburete recuperado sirve para tener la toalla y los accesorios, a mano.
Espejo con marco en celosía ajedrezada, similares puedes encontrar en India & Pacific.
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